Espacios Privados. El Fin.

Cuando llegué a Roma tomé un taxi que, siguiendo las instrucciones del mail de Alcira, me dejó frente a un portón azul en un barrio ostentosamente rico. Para llamar había un León metálico que sostenía una argolla con las fauces. Di un par de golpes.

Me recibió Alcida, guapísima -había olvidado cuanto lo era.

– ¡Amara! pasa.

Nuca había visto un lugar como ese, el lujo estaba hasta en el aire que respiraba. No tengo palabras para describir lo hermoso que era todo. El blanco impecable, minimalista, todo tenía pinta de glamuroso y exclusivo.

-Te presento a Giovani y Lara, nuestros anfitriones, hablan perfectamente español. Gladis y Esteban, unos amigos de Miami y Theodore y Val, los griegos, con estos mejor en Ingles -dijo ella-

Todos me saludaron efusivamente.

Alcida me preguntó por el vuelo y por la vida de turista en Egipto. De pronto toda la conversación giró sobre ese hermoso país y sus lamentables problemas con la política y la seguridad de los turistas.

Los anfitriones preguntaron sobre mi trabajo. Les conté que tenía planes para ser propietaria de un local de yoga. Hablamos también de lo bonita que es Barcelona y de cuán distinta es la vida en el norte de américa en comparación con Europa.

Me acomodaron en un pequeño estudio al fondo de un hermoso y colorido patio y me dijeron que podía quedarme todo lo que quisiera. Los siguientes días fueron bastante fáciles, cocinamos y bebimos. Por las noches llegaba más gente y salíamos a los bares o nos emborrachábamos en casa de los anfitriones. La verdad es que me la estaba pasando genial. Solo pagaba por el alcohol que consumía fuera y cuando cocinaba yo alguna receta. Aunque, lo que les emocionaba de verdad, era la sesión de yoga que impartía cada mañana.

  

Tenía la impresión de estar en la Gran Belleza, esa película de Sorrentino, viviendo a costa de esta aristocracia italiana. Todo parecía frágil y artificial, demasiado perfecto, la casa, sus ropas, sus caras inexpresivas, los gestos altivos, la excesiva amabilidad. Me sentí privilegiada. Dispuesta a disfrutar de mi suerte, por momentánea que fuese.

Un día pregunté a Alcida sobre su vida personal. ¿Tienes pareja? -todos soltaron una risita burlona y bufidos.

No -dijo, mirando a sus amigos- Lo he intentado, pero no sé vivir en pareja. Soy un ser solitario -respondió mientras me devolvía la sonrisa.

Y tú – me preguntó Val.

Tuve. Me gustaría tener pareja, pero no ha sido fácil – respondí sintiendo como los ojos se me llenaban de lágrimas. Sentí muchas miradas de lastima.

Mañana me voy de turista -anuncié, cambiando de tema- He visto que en Ostience hay mucha vidilla de arte callejero. Nadie opinó. 

Así lo hice. Cuando tengo la cámara de fotos en la mano siento que la vida es perfecta. Me impresionaban las infinitas posibilidades de cómo y dónde los artistas plasmaron ideas, frasecitas, historias, mensajes o majestuosos retratos.

De pronto encontré ese mural. Una pared negra- gris, con mujeres que emergían del fango; sus cabelleras largas eran formas espesas y con volumen… ¿reflexionaban? Me gustaron y decidí tomarles muchas fotos e intentar descifrar un mensaje.

Se me ocurrió una toma segmentada que permitiera verlo completo, una vez reveladas las fotos. Mientras intentaba lograr mi propósito note una presencia. Un hombre que llevaba rato observando el mural y a mí. Cuando lo miré sonrió; le devolví la sonrisa, mientras intentaba no cagar el encuadre de las fotos.

Estaba tan concentrada en lo que hacía que no noté que él se había levantado y ahora hablaba a mis espaldas. Dijo algo en italiano y cuando comprendió que no entendía, lo intentó en inglés.

A veces me ayuda trazar una línea en el suelo, tratar de establecer unos puntos para fotografiar desde la misma distancia. -Empezó a colocar piedras y otros objetos para trazar una línea imaginaria en el suelo y ayudarme a lograr mí objetivo.

Entonces estiró la mano y se presentó -me llamo Luca y ¿vos? -preguntó.

-Amara -contesté

-Te ha gustado ¿eh?  

Miré el mural y reflexioné un minuto antes de responder: Me siento representada -dije- tengo la impresión de que contiene mucha tristeza, las espaldas encorvadas, las manos y las miradas hacia el cielo como si esperasen la luz, pero, sobre todo, esas formas que emergen de sus cabezas como pensamientos y emociones que las sacan del fango, como representando la posibilidad de renacer.

– ¿Y los hombres?

– El dolor de ellas los atrae. 

– Creo que las acechan- dijo él.

– O las adoran -repliqué-

– Me siento halagado con la lectura que has hecho.

– Me hubiese gustado pintarlos yo -dije– ¿Por qué dices que te sientes halagado como si los hubieses pintado tú?

– Porque los he pintado yo- confesó.

– Lo mire con desconfianza.

– Si te apetece comemos algo mientras te cuento la historia del mural -dijo y empezó a caminar. Dudé casi nada y le seguí.  

Lo que quedaba del día la pasamos hablando de arte callejero y de fotografía. Mentí y le dije que tenía un blog de fotografía y viaje. Le hablé sobre mi último proyecto en Egipto.

Él no paraba de hablar de Street Art, de cómo la gente había pasado de odiarlos a quererlos y restaurarlos, porque atraían turistas a esta zona de la ciudad. “La ciudad como museo”, dijo o algo así.

Me sentía muy atraída por él y me gustaba distraerme, por un momento, de la angustia de los últimos días. Aproveché un momento de complicidad para pedirle que me mostrara otros murales. Al final de la tarde hicimos un recorrido por el barrio.

Cuando nos despedimos sugirió que nos viésemos otro día – ¿por qué no? -respondí.

Me abrazó y susurró algo así como – tus ojos brillan y sonreír te hace ver realmente hermosa –

Nos despedimos con dos besos, uno en cada mejilla.

Esa misma noche le escribí que me había encantado conocerlo. Tardó en responder, pero cuando lo hizo, me dijo que soñaría conmigo y que estaba encantado con la suerte que había tenido de estar en el lugar y hora correctos.

De pronto perdí el interés por el lujo y la fiesta continua de Alcida y compañía. Los califiqué de frívolos. Mientras yo tenía ganas de volver al barrio, a los grafitis y ver a Luca. Dos días después concertamos un encuentro.

Con Luca conocí una Roma que hubiera sido imposible encontrar sola. Fuimos a casas ocupadas por artistas callejeros, donde vivían tatuadores, músicos y grafiteros. Comimos y bebimos como si no hubiese mañana. En una de las casas ocupadas vivía un colega suyo que le había dejado las llaves de su estudio. Una vez allí desatamos todo el deseo acumulado en las horas que llevábamos coqueteando como adolescentes. Disfrute el sexo, disfrute su compañía y la dulzura de sus gestos.

Volví a verle un par de veces más. Pero era esquivo y no siempre contestaba las llamadas o mensajes.  Era tiempo de dejar Roma. Sentía que estaba lista para volver a casa. El día que lo decidí caminaba hacia el metro, luego de haber visitado la Roma más turística.

De pronto encontré a Luca. Saludamos como si nos hubiésemos visto esa mañana. Me tomó de la mano y me contó que tenía que ir a Estados Unidos para contactar con una galería y pintar un mural en el famoso barrio de Bushwick, en NY.

-Regresas a Barcelona -dijo- Espero que me recibas en tu casa.

-Me encantará ser tu guía -dije-

-Nos vemos en unas semanas.

Respondí que sí, sin muchas expectativas.

Esa tarde curioseó en Google sobre Luca Hubert, el artista y enseguida obtengo información detallada.  Italiano de origen brasileño. Encuentro fotos del mural en el que lo había conocido y al buscar fotos suyas descubrí que era un impostor. Las fotos del artista eran de un hombre mayor, podía haber sido su padre por el parecido.

No estaba lista para otra decepción, ni para volver a estar triste. No reclamé, no pregunté, me convencí a mí misma de que no me importó.

Al día siguiente, harta de lamentarme por mi maldita mala suerte voy a la casa para anunciar a Giovani y Lara mí decisión de marchar. Les encuentro tomando el sol y tienen copas de vino blanco, rula un porro de mariguana entre los habituales que les acompañan.

– ¿Quieres? Me ofrece alguien.

– No gracias -respondo educadamente.

– Esta semana regreso a Barcelona -se lo digo a los anfitriones-.

– Que gran coincidencia -dice Alcida que se unía ese momento al grupo- Lara tenía ganas de celebrar algo, pero no encontrábamos una buena excusa. Hoy será tu despedida. ¿Qué dices Lara? -dijo dirigiéndose a la dueña de casa-

– Llegas tarde querida, toda la celebración esta lista para dar la bienvenida al conde de Dinamarca.

Todos rieron excepto yo que no entendí porque era gracioso.

-De todas maneras, Amara, no te preocupes que en esta celebración brindaremos por un buen viaje de retorno a tu hogar -río Lara con ganas mientras se marchaba.

Alcida se sentó en su lugar.

– ¿Qué te impulsa a marcharte ahora? – me pregunta-. 

-Estoy cansada – respondo- tengo ganas de ir a casa.

– ¿Piensas todavía en tu novio muerto?

– Si y no -respondo- es extraño. Pensé que lo conocía, pero cuando llegué al Cairo me di cuenta de que no sabía nada de él. Eso me dolió.

– Olvida a los hombres Amara. El amor es una pérdida de tiempo. Los hombres son todos una panda de narcisistas, no saben sobre la locura de amar -nadie abre la boca para opinar sobre lo dicho-

-Pero basta de estos sin sentidos, -continúa Alcida- hablemos de cosas interesantes. Cuéntame sobre una experiencia que te ha llamado la atención, en tus paseos por la ciudad.

 

Intento recordar para responder…

-Creo que lo que sigue llamando mucho mi atención son los yonquis. Hombres y mujeres tatuadas y huesudas. Ese día caminaba por la calle cuando uno de ellos, tatuado hasta los ojos, sonríe con dientes negros y me pide un tabaco; yo saco dos, uno para él y uno para su novia y se los doy. El y una chica con el pelo azul, me lo agradecen efusivamente y me piden dos más para el camino y se los doy también. Me piden dinero, pero les digo que el efectivo me lo he gastado en los tabacos.

-Seguro que te fuiste pensando en la suerte que tienes por no ser una de ellos -comenta Alcida-. A mí me hace gracias aquellos que ponen unos vasitos en el suelo con opciones. Amara, Si fueses yonqui y tuvieras cuatro vasos desechables para que los viandantes te dieran una moneda, ¿cuáles serían tus opciones? –

-Comida, hotel, Tinder, psicoanalista- respondo.

Alcida ríe –Muy representativo de ti cariño- señala.

Esa noche, cuando empieza la fiesta, mi objetivo es ponerme ebria a morir.

Cuando empieza la música descubro cual es la broma sobre el conde de Dinamarca.

-George, George -gritan los asistentes, con su mejor acento francés, al chico negro y menudito que se pasea vestido de rey a lo Freddie Mercury, mientras sus pajes llenan las copas de los asistentes con cava.

Empieza el baile, la gente está muy animada, hay mucha. De pronto por el micrófono se escucha: Esta noche te deseamos un feliz retorno a casa Amara. Yo recibo besos y abrazos de gente que apenas conozco.

No me acuerdo cómo, pero esta noche, acabo con el conde de Dinamarca, en la pequeña habitación del fondo del jardín. Cuando me despierto vomito la vida. Intento que el conde se vaya, para recuperar mí espacio, pero está profundamente dormido.     

Es temprano en la mañana, aprovecho para ver el amanecer. En la pequeña mansión, la fiesta continúa.

Me doy cuenta de que hace mucho que no sueño o no recuerdo mis sueños. Mañana regreso a casa, pienso. Tengo el cuerpo molido, el espíritu triste, No recuerdo un beso o una palabra que me haga sonreír. Sigo deseando una mirada de amor. Sigo deseando.

Sueño despierta. Recordé, en ese momento, a un chico del trabajo, en el que no me había fijado nunca, pero el día que dejaba el trabajo me preguntó porque renunciaba. Se lo conté y acaricio mi cabello. No recuerdo que ese gesto haya significado nada especial, pero ahora imagino que me besa y que hacemos el amor. A partir de ese día, cada vez que estoy triste, su recuerdo vendrá a mi mente. Tal vez algún día lo busque para preguntarle por qué fue tierno.

El conde de Dinamarca despierta, se sienta a mi lado y pregunta si quiero comer algo, le digo que no gracias, que acabo de vomitar. Se ríe y yo río con él.


2 comentarios en “Espacios Privados. El Fin.

  1. Está muy bueno el texto Eu…!
    Me gusta también mucho como entrelazas la historia del texto y las fotos… buenote tu estilo…!

    Beso Eu, te quiero…

    Enviat des del meu iPhone

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