Vilamarga. La ciudad sin fe.

-¿Te acuerdas Víctor cuando descubrimos que teníamos la capacidad de reconocer cuando los otros se equivocaban?

-Si Angi. Y juramos nunca cometer esos mismos errores.

CAPITULO I

Angelica Venenoula

– “Las avemarías me dan ganas de vomitar”- , berreaba mi hermano.

Cuando Víctor y yo eramos pequeños mi madre nos obligaba a rezar el Rosario. Víctor se revelaba con ganas. Yo tenía 9 y él 6 años. Era la forma en la que ella conseguía aburrirnos y dormirnos. Nosotros hubieramos preferído un cuento.

Con el tiempo, el Víctor aprendió a amar al dios de mi madre, tanto o más que ella. El realismo mágico se había instalado en casa a través de la religión. Víctor veneraba a mamá; mi mamá adoraba a mi hermano, los dos amaban al dios de la cruz y ese dios los amaba a ellos; así de simple.  

Mis padres se casaron muy jóvenes y tuvieron solo dos hijos debido a la frágil salud de mi madre. Ella y mi padre se consideraban impuros porque sus apellidos eran mestizos, es decir, sus ascendentes y procedencia eran desconocidas. En 1950 fueron a la ciudad a probar suerte.

Mi padre, Segundo Venenoula, consiguió hacerse fijo como acordeonista en la banda Municipal de Vilamarga. Mi madre, Rosa Sojos, tenía un bonito puesto de bordados en el mercado, que, con el tiempo, se convirtió en una pequeña empresa familiar. Mi madre era una beata muy querida en el barrio. Mi padre fue un hombre alegre, sencillo y sin pretensiones que iba y decía según mi madre indicaba.  

Yo me llamo Angélica, soy la mayor y Víctor es el pequeño. Yo nací sin bendiciones y llena de obligaciones, ayudaba a mí madre en casa y en el mercado. Víctor no tenía ninguna responsabilidad, dios lo bendecía a diario, era naíf y soñaba con ser parte de un «grupo VIP», así era como llamaba él a esa gente con apariencia de importante.

Mamá consideraba que Víctor era exageradamente excéntrico. Durante años hizo de todo para sacarle los demonios del cuerpo. Cuando se dio por vencida y luego de constatar el fracaso, dejo de estar enojada con él e intentó sobreprotegerlo de las malas influencias: “no son malas influencias, madre, solo mis débiles convicciones”; pregonaba él. Mi madre no entendía que mi hermano deseaba pertenecer a otro mundo, lejano al nuestro, le gustaba estar siempre eufórico, era superficial y tenía una actitud positiva hasta el hartazgo, lo que provocaba aversión o al menos me la provocaba a mí.

Víctor nació viejo, pegado a las faldas de mi madre y a la religión, vestía siempre de traje, deseaba votar a los conservadores y hablaba sin palabrotas. Nuestra familia era de clase media baja, pero él rápidamente supo escalar a la alta. Desde los 15 años trabajaba para poder pagar ropa de marca, esa que lleva el letrerito anunciando que te la puedes permitir: BENETTON, DKNY, GUCCI…  Sus amigas eran ricas y guapas porque en Vilamarga solo hay una forma de ser alguien: tener dinero. Víctor había nacido del lado de los nadie, pero tenía la firme determinación de ser alguien; en todo caso había empezado bien, era un adolescente que destacaba por su exquisito gusto para la ropa y el maquillaje, lo cual le permitió ser parte de los eventos de moda, dónde se encontraba la gente bonita de la ciudad.

A pesar de todo lo que he dicho, debo reconocer que mi hermano es la persona más buena que conozco. Tiene un gran corazón, es generoso y tiene mucha confianza, en sí mismo y en los demás.

Estoy dando vueltas. No sé por dónde empezar. Han pasado los años y aún me cuesta entender cómo una mentirilla tonta pudo convertirse en la mayor estafa de todos los tiempos. Sobre el tema que quiero contar, resumiría lo sucedido en dos frases: Mi hermano fue visitado por La Virgen y, en su afán de “pertenecer”, tuvo una mala idea y reveló este don a una casta social que no ha sido educada para compartir, esperando que su generosidad fuese reciproca. Mi hermano se equivocó. El resto lo puede leer usted en los periódicos.  

Pitu Gansolez

En Vilamarga los Gansolez son de esas familias que nacieron de un solo color y siempre estuvieron aquí dónde la gente los reconoce como alguien. El apellido puro de mis tatarabuelos, fundadores de la ciudad, dio renombre a un abogado, un médico naturista, un celebre amaestrador/etólogo de perros y gatos, un locutor de radio y un poeta. Si paseas conmigo por Vilamarga puedo mostrarte referencias a mi apellido por toda la ciudad: plazas, avenidas y estatuas varias.

Mi nombre es Vanesa Gansolez-Pifia, pero nadie me llama así. Cuando era pequeña y me preguntaban mí nombre, yo respondía Pitu, así me llamarón. Fui feliz, según mi madre, hasta los 5 años, cuando mi padre nos abandonó. Mi madre se volvió loca por la humillación que representaba ser divorciada, odiaba ser parte de los chismes. Aunque ella lo negaba, su ira provenía del amor que sentía por ese desgraciado. Luego de la separación, al ser hija única, centró su atención en mí. Cuando cumplí 14 se aburrió -por suerte- y encontró refugio en la religión y se volcó a una vida devota, dedicada a un dios hecho a su medida.

Al poco tiempo empezó a trabajar como profesora en mí colegio, las monjas la acogieron como una pobre miserable, a pesar de sus aires de grandeza. Como ya la tenían a ella para distraerse, a mí tuvieron la delicadeza de dejarme en paz.

Petra, como yo la llamo -ella lo detesta-, estimó mucho a Víctor, al principio lo quiso como a un hijo. Desde que él llegó a nuestras vidas, no recuerdo cómo, se convirtió en coprotagonista de los desfiles de moda que organizaban mi madre y mi tía; él peinaba y maquillaba a las y los maniquíes; también desfilaba.

Yo me encargaba de escoger la ropa de los locales comerciales, que nos auspiciaban. Con apenas 19 años yo ya acumulaba experiencia. Fui: “Pequeña revelación rosa” a los 6; “Señorita talento juvenil” a los 12; “Reina de Vilamarga” a los 18: “Miss Vilanculos” a los 19, y durante mi tiempo libre, modelo.

Víctor encajaba a la perfección en este mundo, no era guapo, pero si elegante, de maneras finas y de modales excepcionales. Eran simplemente A-DO-RA-BLE. Durante estos años fue mi mejor amigo,

Siempre estábamos en mí casa. Es por esto, que la mañana del 3 de marzo de 1974, cuando accidentalmente me dormí y pasé la noche en casa de mi novio, Víctor tuvo que inventar una muy buena excusa, para que la Petra crea que había pasado la noche en su casa.

No lo teníamos fácil. La familia de Víctor no era como él. Cuando apenas lo conocí fui a visitarle, entré a su casa y mis sentidos se revolucionaron. El lugar olía a una mezcla de madera vieja y fritanga. Recuerdo también que había muchas moscas en el rellano de la entrada, los pisos crujían y las paredes pintadas de blanco estaban vacías. La única televisión de la casa estaba encima del refrigerador y el mantel rojo, de la mesa del comedor, era de esos bordados baratos del mercado central. Su madre fue amable, su padre apenas me saludo y su hermana pasó de mí. El cuarto de Víctor era pequeño y tenía las paredes llenas de posters con cantantes de moda, rosarios y cuadros con temática religiosa. Cuando caía la noche se iluminaba de rojo, por culpa de los carteles del chino de enfrente. Recuerdo haber pensado: «que suerte que no nací chola».

Al volver a casa le hablé de esta visita a mí madre y le juré que no volvería a esa casa. Y así fue, hasta esa mañana.

Víctor Venenoula

Vilamarga es una hermosa ciudad para vivir. Nuestra casa está en el centro, cerca del mercado. En la época de las visiones nuestro barrio era un poco peligroso. Desde que la virgen me visitó siempre había gente en los alrededores de mi casa, en la calle y esto ayudó a que el barrio fuese más seguro. De mi familia no hay mucho que decir. Mis padres son de clase muy trabajadora, con poca educación, pero muy honrados y devotos de nuestros dioses y sus madres vírgenes.

Mi mamá pensaba que la Pitu era fruto de mi imaginación, pensaba que todo lo que le contaba sobre los desfiles y el resto de mi trabajo eran invenciones mías. El día que la conoció se quedó asombrada por su belleza y su elegancia.

Nunca invité a nadie a mí casa porque mi familia era muy aburrida, nunca hablamos de nada, siempre estábamos con la televisión encendida y la mirada fija en la pantalla. En cambio, la Pitu y su madre, no paraban de criticar a todo el mundo, de planificar el futuro, de contarse los planes para el día, de recibir llamadas y visitas. Su casa era grande, con un patio interior lleno de flores, las habitaciones estaban alfombradas y cada una tenía su baño propio. La cocina era lo que más me gustaba, siempre desprendía un olor a dulce y cuando llegábamos, abríamos el refrigerador y había algo rico para comer. Esta era la vida que yo imaginaba para mí. 

El 3 de marzo de 1974, la Pitu llamó a la puerta de mi casa a las 6.00 de la mañana. Ella y el Tosco Di Seso, el novio de la Pitu, habían pasado la noche juntos. “No pasó nada”, repetía la Pitu, una y otra vez, pero conociendo a su madre, seguro le haría un test de embarazo y sin importar el resultado, planificaría la boda para el mes siguiente.

Ella llamó a su madre y le contó el inició de una mentira; le dijo que algo extraordinario había sucedido y que cuando viniera a recogerla le contaríamos los detalles. La Pitu pensaba inventar algo relacionado con los desfiles y yo vi la ocasión perfecta para desvelar mi secreto. Entonces le conté a la Pitu que la noche pasada y la semana anterior, La Virgen me visitaba. – ¿Qué ves? Me preguntó mí amiga: “Un rostro pálido, su corazón en llamas y un manto azul que la rodea de pies a cabeza. Me pide que rece una avemaría con ella y luego que tome nota de lo que me explica, para que luego pueda compartirlo con otras personas”.

Cuando la Petra llegó mi padre le abrió la puerta y le extendió la mano en gesto de saludo, pero ella, hecha una furia, le empujó a él, que gracias a que pudo agarrarse de la puerta se mantuvo en pie… Entró vociferando: -Vanesa Gansolez Pifia, primero tu padre y ahora vos ¿Dónde estás? ¿Cómo se te ocurre desaparecer así, sin decir nada? ¿En qué piensas? ¿Qué dirá la gente si saben que has pasado la noche fuera con ese mal nacido DiCueva?”

-DiSeso, mamá- dijo la Pitu.

Cuando Petra estaba a punto de agarrarla del cabello, en su defensa la Pitu gritó: “-Víctor ha visto a la Virgen y ayer me la mostro a mí. Mamá, ayer se nos apareció La Virgen-, gritaba con pánico. -Los padres de Víctor son testigos de que he pasado la noche aquí-, concluyó.

Mi padre y madre, sorprendidos y presentes, pero invisibles en la escena, no confirmaron, ni negaron nada porque la Petra ni siquiera se tomó la molestia de mirarlos. Acto seguido su madre nos agarró a los dos del brazo, como si fuesemos delincuentes y dijo en imperativo: -salgamos de aquí-; buscó con la mirada a mis padres, pidió disculpas por la escena, se justificó diciendo que la Pitu era una desconsiderada, murmuró algunas maldiciones y antes de cerrar la puerta les gritó: “Víctor está en buenas manos, ustedes despreocúpense”.

Angelica Venenoula.

Ese 3 de marzo, se ha quedo grabado en la memoria familiar. En cuanto la Señora Petra Pifia salió de nuestra casa, mi madre recuperó el aliento y expresó preocupación: – ¿Por qué Víctor no me lo contó a mí? ¿Por qué ha contado, a esa gente algo tan importante como lo de hablar con La Virgen? No está bien. Esa señora no es de confiar-, presagió.

El día que mi hermano enfrento a las “Santas”, lo hizo cansado de tanta humillación, de ver como lo usaban y le ninguneaban. Todas sabían la verdad y ninguna tuvo la decencia de reconocerlo. 

Aunque las primeras apariciones fueron en mi casa, posteriormente se decidió que el brillo de la luna, el baile de las nubes y el resplandor que cegaba a las videntes, (mi hermano se sentía una chica durante estos lapsos de tiempo), cuando iniciaba la aparición, quedaba más bonito en el patio interior de la Pitu. No me cabe duda de que, cualquier vista es más bucólica, que la de la ventanita del cuarto del Víctor y el cartel de la chifa del señor Huang.

Las siguientes apariciones de las vírgenes: mujeres jóvenes, de cara angelical, pálidas como la porcelana Corona, ataviadas con una túnica blanca, el manto azul cielo, que las envuelve de pies a cabeza; se realizaron en la casa de la Pitu.

Mis padres asistieron siempre, mientras mi hermano estuvo involucrado en las visiones. Lo observaban con cariño y a una distancia prudente, la permitida por los jóvenes acólitos de la Petra, esos que se hacían llamar Custodios de la Fe.

Los mensajes eran muy bonitos: hablaban del ímpetu de la juventud, de la santidad alcanzada a través de acciones solidarias, de las bendiciones a las familias para que acompañen el crecimiento de chicos y chicas y los guíen hacia una vida de valores cristianos.

La gente lloraba y se conmovía al ver a las videntes, con su aura de santas, leer los mensajes de La Virgen de turno: diosas, madres de dioses y de todo ser vivo. Durante el ritual las dos hacían que escuchaban, Víctor transcribía y la Pitu leía el mensaje santo. Era todo muy perfecto. Nunca volví a ver a mi hermano tan feliz como lo fue en esa época. 

Luego de un año de visiones, varios teólogos entendidas en la materia, al comprobar que los hechos coincidían con otras apariciones: los bailes del sol durante los días o la luna y las nubes, durante las noches; el contenido de los mensajes; la devoción de la gente, una tras otra, dieron su bendición al testimonio de las chicas.

Pitu Gansolez

Cuando había pasado un año de la primera visión, un día le dije a mi madre que estaba contenta de cómo habían ido las cosas y que tenía muchas ganas de retomar mi vida.

Al poco tiempo de iniciadas las apariciones, abandoné toda actividad “superflua” y me pasaba el día rezando el rosario, recibiendo visitas, visitando enfermos y pobres. Mi madre tenía vocación de santa, no me cabía ninguna duda. Así que no hubo manera, se negó y no hizo ningún esfuerzo por comprender lo que yo quería.

Ahora, revisando esa época en perspectiva, le agradezco que hubiese obligado a todas las “Santas”, a los teólogos que nos acompañaban, a mis propias amigas y amigos a que me ayudaran a entrar en razón sobre lo ridículo que es pensar en decirle a La Virgen: “muchas gracias, ya la he visto suficiente»; era de mala educación quejarme. ¿Como podia pensar que la suerte de ser la escogida empezaba a resultarme pesado? 

También las señoras de las apariciones, La Virgen, confabuló para que mi compromiso se afirmara. A los dos años de recibir mensajes, una de ellas sugirió que le preste mi voz para que las personas pudieran escucharla. Luego todas la imitaron. Las siguientes apariciones se realizaron sin Víctor y el ritual se modificó. A partir de ese momento la luz descendía, entraba en mi cuerpo, La Virgen me poseía y hablaba. La experiencia fue mística, jamás fui tan feliz en mi vida. Durante cinco largos años, me entregué en alma y cuerpo para que los creyenten pudieran sentirse cerca de la madre de dios. «Mi vida no era más vida, pero eso estaba Ok.»      

Víctor se alejó inmediatamente, no aceptó que para las nuevas apariciones se me hubiese escogido a mí. Yo intenté hacerle entrar en razón, pero no hubo manera. Fue una pena, todas las cosas tan horribles que dijo de nosotras. Nunca le perdonaré, no merecíamos ni entonces, ni ahora sus calumnias. Mentiras: que pagamos a una persona para que escriba los mensajes, las acusaciones sobre el negocio en relación a los lugares de las apariciones, -como si yo pudiese decirle a La Virgen- dónde aparecer; se refirió a los Custodios de la fe como una panda de mafiosos; todo lo que ha dicho es un sinsentido. Las vírgenes y los dioses, sus hijos, son testigos de mí verdad.

En el fondo también sufrí por él. La gente le devolvió insultos, no me gustaron las referencias que en tono despectivo se hicierón sobre su orientación sexual o a su clase social. Toda la humillación que sufrió fue muy cruel, pero él se la buscó. Yo siempre esperé que se quedara a mi lado, que compartiéramos la alegría de las visiones y las bendiciones de las vírgenes: la del Carmen, del Rocío, la Negra, la Churona, la de Saquisilí o Sangolquí; juntos hasta el final. Con él a mí lado todo hubiera sido más fácil.

Víctor Venenoula

Les grité la verdad a la cara. Les dije que mentían y manipulaban las apariciones para beneficiarse. Les pedí que reconociesen lo que hacían. Ninguna de ellas habló, alguna sonrió estúpidamente. Yo exigí que se dijera que la Pitu no veía nada, ni a nadie. Pasaron algunos minutos incómodos. Cuando vieron que no tenía más para decir, retomaron la conversación entre ellas como si nada.

No pude creer lo que pasaba. Al principio no entendí. Tuve ganas de romper todo, de gritar y llorar, pero mi dignidad y algún grado de vergüenza no me lo permitió. La Vanesa calló, no dijo nada, había prometido apoyarme; cuando busqué su mirada, ella tenía la cabeza gacha. Esa fue la última vez que la vi.

No recuerdo más de ese día. Solo que desperté en mi habitación, mi mamá se alegró de mirarme a los ojos, se notaba que había llorado, me dijo que había tenido fiebre durante dos días y que en este tiempo sollozaba sin parar.

No supe entender cuál era el objetivo de ser tan cruel y vil hasta que Vilamarga empezó a llenarse de turistas de la fe. Los hoteles y restaurantes estaban a reventar, la programación de las apariciones de la virgen se promocionaba con 3 meses de anticipación, siempre el mismo día del mes, pero en diferente lugar. Los comercios de las ciudades vecinas pagaban el “diezmo” a las Santas para que las vírgenes se aproximen a sus negocios. Se construyeron hoteles y restaurantes, se ofrecieron tours por la ciudad y los alrededores, visitando los lugares bendecidos por la aparición de La Virgen. Las Santas y los Custodios de la fe se enriquecieron y (casi) toda la ciudad con ellos.

Muy poca gente se ha quedado conmigo durante estos años. A pesar de todo, he seguido dando el mensaje de fe, de paz y amor, que me transmiten nuestras señoras. Luego de todo este tiempo, debo confesar que hasta yo estoy convencido de que la Pitu ve algo.

Durante algún tiempo esperé que la Pitu me busque para disculparse. Toda la ira que acumulé hacia ella también la tuve hacia las vírgenes, porque a pesar de mis quejas sobre lo que sucedía a nuestro alrededor, ellas nunca hicieron ni una sola mención, en sus mensajes, sobre la farsa.

Angélica Venenoula      

Poco a poco la madre de la Vanesa expuso a su hija como “la Vidente” haciendo que la gente se olvide de Víctor. Él se limitaba a leer los mensajes, pero ese grupo de mujeres “respetables” (e influyentes, dicho sea de paso) que se hacía llamar “las Santas”, habían tomado el control y habían agregado una nueva dimensión al evento: ahora la Pitu era la médium de La Virgen, que gracias a ella hablaban con voz propia.

Mucha gente se reveló ante una idea tan absurda. En el mundo entero las vírgenes se aparecían, dejaban un mensaje y se iban. Era así como siempre había sido. Lo de la Pitu olía a farsa. Lamentablemente la gente es novelera y la noticia se regó como refresco explotando luego de una buena sacudida. La gente de Vilamarga empezó a acudir masivamente, querían escuchar a una virgen hablar. Luego la noticia convocó a fieles de todo el país, Vilanculos entero vino a escuchar. Finalmente, el mundo se rindió a los pies de la vidente.   

Hay que reconocerle a la Petra, el golpe de efecto logrado. Imaginen… un gran escampado lleno de gente arrodillada; un altavoz reproduce la voz varonil de un joven rezando el rosario. Se abre un camino de luces. Llega la vidente, una luz desciende de los cielos y se instala en el pecho de una hermosa joven. De pronto se escucha una voz fina y frágil, que habla:

«Estimados y estimadas, este es un tiempo de amor, de gentileza, de oración y de alegría. Rezad, para que un mártir nazca en vuestros corazones. Abrid vuestros corazones al niño dios, que se da a cada uno de vosotros. Mi hijo me ha enviado a ser alegría y esperanza en este tiempo. Y yo os digo: sin el Niño Dios no tenéis la ternura ni el sentimiento del Cielo que están escondidos en el Recién Nacido. Por eso, hijos míos, trabajad en vosotros mismos. Al leer la Sagrada Escritura descubriréis el amor y la alegría, como en los primeros días volved al rosario diario, usad mantilla, respetar los cultos en las iglesias. Trabajad y construid la paz a través del sacramento de la confesión. Reconciliaros con Dios, hijos míos, y veréis milagros en torno a vosotros.

¡Gracias por haber respondido a mi llamada!«

Este fue el mensaje del 14 de mayo de 1977. El arribismo de Vilamarga hecho voz. ¿Reconoce usted el acento? ¿Por qué en América una virgen tendría la necesidad de hablar como si viniera de España? ¿No le parece extraño? Puede ser que a mí y a unos pocos más sí, pero, para la gran mayoría, el “acento español, el verdadero” era la prueba irrefutable de que la voz era la de una Virgen. También podríamos debatir por horas sobre los mensajes que se vuelven ridículos, infantiles, pero eso tampoco importó a nadie.

Cuando la vidente entraba en éxtasis, se echaba hacia atrás y miraba al infinito, todas las personas que la escuchaban caían en éxtasis con ella. Parecía una performance de la Fura dels Baus: alguna gente se arrastraba y revolcaba en el suelo, otra sollozaba mientras veían a su virgen particular, se desmayaban, tenían ataques de exaltación, la pasión por la virgen se desbordaba, sin control. Si alguien me hubiera dicho a mí que el éxtasis religioso era idéntico al éxtasis sexual, jamás le habría creído. Un montón de gente murmuraba o directamente gritaba: ¡ah! ¡oh! ¡mmm! ¡sí! ¡ah! ¡puedo sentirte! ¡ah! ¡oh! ¡estás en mí! ¡Tómame! ¡soy tuyo/a! ¡Te amo! ¡te quiero mí señora! ¡no soy nadie sin ti! ¡no me abandones!, ¡señora llévame contigo! y un largo etcétera de onomatopeyas y frases de pareja en pleno acto de amar.

La única vez que presencié el ritual, pude ver de cerca a las Santas, contorsionándose, con las manos en el aire o en posición de súplica y a través de sus boquitas pintadas de rosa discreto proferían sonidos y plegarias, con tal apasionamiento y excitación, que parecía que las estuvieran follando hasta por las orejas; los Custodios de la fe, ese grupo motorizado de jóvenes fans de La Virgen, en cambio, al no poder gritar, por pudor, supongo yo, por ver el lamentable espectáculo que daban las Santas, se sumían en un largo y tortuoso ¡mmm!, mientras meneaban sus cabezas,  como si el esfuerzo para eyacular fuese atroz.

El punto final a este sinsentido lo puso Sixto Randu Allen, un beato, infortunado y borrachín, reconocido por su habilidad con la narrativa, cuando se presentó en casa, un domingo a las 6 de la mañana y preguntó por mi padre. Sentado en el salón habló con mi padre: “Don Segundo, me abandoné a una vida de pobre diablo. Durante todos estos años he cobrado 20 dólares por cada discurso de la virgen, que la joven Gansolez recitó. Mire usted cuánto dinero ha hecho esa gente y el imperio que han construido. En cambio, yo invertí cada dólar en alcohol. No me arrepiento de nada, solamente de haber perjudicado a su hijo: créame cuando le digo que, en su momento, no entendí el alcance de lo que Las Santas planeaban. Espero que usted y su familia no me recuerden con odio. Yo también, en cierto modo, solo he sido una víctima más de Petra Pifia”. Se levantó, le dio otro apretón de manos a mis padres y se fue. Una semana después moría de cirrosis; solo y en la miseria absoluta.   

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Expreso de Medianoche

El mayor diariode Vilanculos, de tirada Nacional.

Portada del 9 de septiembre de 1989: VILAMARGA ARDE EN LLAMAS. EL INFIERNO SE INSTALA EN LA TIERRA.

Nuestro reportero especial en Vilamarga, comenta que el suceso se ha iniciado a partir de las 6 de la tarde, coincidiendo con la llegada de la noche. Los pobladores de Vilamarga comentan que existe una extraña fuerza que no permite que nadie salga o entre a la ciudad. A lo lejos y con estupor, observamos como la ciudad se quema por partes. El fuego que la cubre es bajo y de color azul cielo, idéntico al de la hornilla de gas. Se escuchan gritos desgarradores y peticiones de piedad. No se sabe cuando terminará. Tampoco sabemos a ciencia cierta dónde o cómo se originó, pero este fuego se diferencia de las grandes llamas rojas, a las que estamos habituados. Hay teólogos que in situ han dicho que es: “fuego divino que purifica”. La genta ha empezado a especular que se trataría de una purga, provocada por el caos que se había instalado en la ciudad con respecto a múltiples y variopintos sujetos conversando con vírgenes. Esto explicaría también la ausencia de fotos del suceso, ya que nuestras cámaras no logran captar una imagen definida.

Quedamos a la espera de poder ampliar la información.    

Fin Capítulo I

2 comentarios en “Vilamarga. La ciudad sin fe.

  1. MariaEuge que grande este primer capítulo del famoso cuento que escenificó en Cuenquita la “Vidente” y su coro de Defensores y los mares de peregrinos y peregrinas… las de Quito daban “ternura” al verlas cada mes enfilando para el Cajas… En fin me has alegrado esta mañana. TQM

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