Volviendo al tema de la avidez del apetito, de la vista y del sexo, creo recordar una escena que me asediaba: el beso de aquel nos despedimos al amanecer. Evocación romántica y naíf guardada sin rosto ni nombre.
Escribo para rememorar cómo se gestó la victoria sobre las convenciones sociales que regían las sensaciones y las ganas. Cuando cambiamos la inquietante idea de que se gozaba más del rosario que un beso atrapado entre tu boca y la pared del garaje; cuando comprobamos sin esfuerzo que la misa es aburrida a morir si la comparabas con las palabras pegajosas que susurrabas en su oído o cuando lidiabas con las frustraciones de las bocas rabiando por un beso, mientras la tuya consumía más de la media normal. Gloriosas victorias sobre el territorio de la falsa moral que permitieron rebasar los límites de lo juicioso para compartir chico con tu mejor amiga y descartar por completo la confesión al cura morboso.
Toda una revolución que con el paso del tiempo fue cediendo paso a otras luchas. ¿Cuántos lugares se tornaron vanos, sin sentido, vaciados de recuerdo? Crecimos y la ausencia de la obsesión por sentir fue sustituida por la fe en las palabras, en los actos cotidianos y en el destierro del azar. La valentía ya no es el quemeimportismo perenne sino la gloriosa certidumbre.
En este momento adhiero mis ideas a la de aquellos que crecieron convencidos de la caducidad del deseo salvaje y de la irresponsabilidad de las emociones. Pero doy tregua a la curiosidad y evoco por una mínima fracción de segundo las noches de conmovedora apatía por la vida exterior e infinito elogio a unas almas desnudas y perdidas, a la deriva del placer.
No salimos nunca, la habitación huele nuestros cuerpos…
Déjame mirar…
Lo arrimo al espejo
Baja la mirada, como avergonzada
Quiere ver su sexo
Música… guitarras, batería y una voz fuerte.
La intimidad cotidiana de los cuerpos hacía que yo agradeciera haber llenado el vacío reservado a los dioses de la imaginación y la perfección. Aunque cierto era que no había ninguna naturaleza divina de por medio, todo era lascivamente real. Habría querido morir ese instante mismo del movimiento ascendente y descendente que provocaban los cuerpos en la euforia de la pasión y el deseo. Pero no pude, aunque lo intente, lo juro… por un mito: el mejor orgasmo, el de la agonía, acompañado de un último suspiro.
Estoy hecha polvo. Tengo los pechos duros. Tu mano abierta sobre mi garganta no me deja verte… dejo los ojos cerrados, flotando. Déjame mirar, suplico y adivinar donde apoyaré mi boca.
Intento hablar pero me interrumpe para seguir besándonos… por última vez. Se respira superficialidad. Yo pienso en esa virginidad que nunca tuve, jamás quise saber de ella y la ignore, la verdad es que nunca nadie pregunto… todos la ignoramos con alivio.
Este es el cuarto día de tedio, a la gente no le importa nada y a mi me importan nada todos.
Cuando me aburro busco la derrota ajena. El aburrimiento mata la razón y solo quedo yo y mis insaciables ansias de meloserías y carcajadas de coquetería. Me siento tan segura… la sonrisa, la mirada, la voz que funcionan cuando la conciencia se ausenta.
Me atiborro de sensaciones, soy tan adicta a ellas que las invento, jamás me tomo el trabajo de saber si existen o si son posibles.
… ese tiene mirada inquisidora; la cura para la lujuria puede durar de uno a dos años, según la intensidad de la adicción, pero mientras más años mantengas la abstinencia más posibilidades tienes de nunca recaer. Ahora se viste.
Igual que un pobre diablo al que persiguen miedos y angustias me persiguen, con idéntico o mayor rigor, las miradas de la seducción y el deseo. Los oráculos me presagian desdicha ahí donde yo solo encuentro el sacrificio mágico, la caricia conmovedora, la morada del placer.
Orgasmo… infinito placer
Placer sin orgasmo… exceso
Excitación… antes del aburrimiento
Jugamos a representar palabras obscenas… puta, verga.
Nunca he conocido un sentimiento de dolor. Voy de vanidad en vanidad, dejando que los vicios y traumas personales del otro se resuelvan en lo superficial de la pasión.
Grito.