“El mundo se ha convertido en un sitio superpoblado y enfermo. Los productos químicos han envenenado el suelo y las ideas ecológicas pertenecen al pasado. El planeta tierra se precipita al desastre total. Hay una solución, pero tan aterradora que ningún hombre –excepto Knowle Noland, ex-convicto, ex-viajero…” el bus llega obligandome a parar la lectura de la contraportada del libro de Aldiss que he comprado. Adicta a las librerías de segunda mano, paso horas mirando estantes repletos de libros viejos, aspirando el olor característico del papel envejecido y amarillento.
Lo bueno/malo de llegar a una ciudad para habitarla por primera vez, es que no existe un círculo de amistades al que recurrir en tiempos ociosos, así que se ha de buscar alternativas para matar el tiempo que sobra. Para leer hoy he adquirido historias de ciencia ficción. Mundos de fantasía para escapar de la realidad alterada, a la que estos autores siempre impregnan con aires de decadencia absoluta. Parece ser que estamos abocados a un final trágico.


Se me ha dado por elegir historias sobre el fin del mundo, donde los protagonistas expresan con claridad espeluznante su desacuerdo con el rumbo que toma la humanidad. Aldiss y C. Clarke mis favoritos por hoy. Y es que prefiero la irrealidad a la asquerosa realidad en donde todos hemos aprendido a vivir con nuestras contradicciones, lo cual esconde un toque de consciente perversidad. A través de la ciencia ficción sueño con antihéroes escondidos detrás de una máscara de vida-normal, tendiendo a fracasada y sin ningún tipo de reconocimiento. Seres que un buen día se despiertan y levantan decididos a luchar con pasión para reclamar un mundo coherente.

Aunque los cerebros humanos son siempre los mismos morfológicamente, las ideas que los habitan pueden ser radicalmente diferentes. Unos tan llenos de inteligencia, como otros de banalidad. Dos formas de ver el mundo que conviven en extremos opuestos y excluyentes. No es de extrañar que algún especialista en negociaciones haya inventado -la buena educación-, esa que nos precede en todo momento; de no existir las formas estaríamos en constante disputa. Saludamos y cuando escuchamos una opinión discordante cerramos la mente y la boca, ¿Para qué entablar discusiones estériles?

Con los vivos es necesario mantener cierta compostura y evitar momentos inadecuados para expresar la totalidad de nuestro pensamiento, la ideología a la que nos adherimos y la aspiración vital que nos moviliza cotidianamente. Yo sostengo mis libros y sonrío. No muestro los dientes, solo es una mueca que insinúa pero no dialoga. Mi gesto de comisuras hacia arriba simula una sonrisa, para expresar mi deseo de pertenecer al lugar en el que estoy, haciendo el esfuerzo de parecer muy humana, aunque a veces me agarren ganas locas de gritar y estallar. Es obvio que pertenezco a la categoría de persona sensible.
Tengo la idea de que en tiempos pasados -el extraño- era objeto de curiosidad, tenía la ventaja de relatos sobre otras tierras, recuerdos sobre mundos disimiles que desembarcaban con él en tierras nuevas; y ese elemento discordante le proporcionaba ventajas para lograr aceptación en otros contextos de vida. Con tristeza constato que ser-el-nuevo en la ciudad no representa nada; nadie sabe quién estaba y quién no, quién se ha ido y quien ha regresado. Aunque los diarios y alguna gente clamen por no dejar entrar a más personas, todos llegamos como conchas que arrastra el mar. Seres de una misma especie compartiendo el amor, el odio pero no la desventura, peor aún la suerte. La familiaridad recae sobre unos en forma de nacionalidad, mientras los extraños alejados de ciertas discusiones mundanas, antes de recrear la vida necesitamos reclamar un pedazo de tierra donde estar.

Muchos de los que habitamos las ciudades nunca conocimos más que cemento y caos vehicular. Solo a través de las palabras pudimos vivir otras realidades, más aún cuando las escribimos para crear una realidad propia, con aires de libertad. Me aferro a mis libros no leídos e imagino alguno conocido para acortar el viaje.
Mientras pienso miro por la ventana y no sé por qué maldigo a la luna por llegar y al sol por dejar de brillar. Maldigo la división de zonas que no me permite ver en mi nuevo reproductor de DVD de 30 euros, mis series de fin de semana. Me han recomendado que busque la tienda del Paki para comprar uno de 35 que reproduce todas las zonas. Ideas simples porque más allá no sé llegar, aquí acaba mi queja de la semana.


Por fin logro encadenar con mis pensamientos un libro. Se me ocurre Stevenson y por un momento lo tengo clarísimo.
“Y ahora –dijo- acordemos lo que queda por hacer. ¿Quiere usted ser prudente? ¿Está usted dispuesto a dejarse guiar? ¿Me permite coger ese vaso y salir de su casa sin más? ¿O ya es demasiada la curiosidad y su avidez le domina? Piénselo bien antes de responder, porque se hará lo que usted decida. Según sea su decisión, todo quedará como estaba y usted ni más rico, ni más sabio (a menos que ayudar a un amigo en peligro de muerte pueda ser valorado como una especie de riqueza espiritual) o, por el contrario, nuevos horizontes de conocimiento y nuevos caminos hacia la fama y el poder se abrirán ante usted, y aquí en esta habitación, en este mismo instante, ante sus ojos, tendrá lugar un prodigio que haría tambalearse la incredulidad del mismísimo Satán.”

La historia se escribe cuando todavía tenemos vida en el cuerpo y formamos parte de este entramado de vidas, la propia y las ajenas; con la conciencia de “ser y pertenecer”. Entonces las preguntas del Dr. Jekyll a su amigo el Dr. Lanyon, al concederle el poder de decidir si ha de conocer la verdad o vivir en la ignorancia, es la misma pregunta que podemos hacernos cada día, mientras esperamos que algo-extraordinario-suceda. Buscando que alguien alce la voz por nosotros, tan enfrascados en nuestra propia supervivencia.

La metamorfosis del Dr. Jekyll radica -como él mismo lo explica- en un desarrollado interés por separar las dos partes que componen la naturaleza humana: el bien y el mal. Cuando por fin obtuvo la mezcla correcta, decidió probarla. Al hacerlo sufría dolores y deformaciones, convirtiéndose en un ser repugnante, al cual llamó Mr. Hyde, el representante de su lado perverso: “Esa criatura infernal no tenía nada de humano”, dirá. Tanto como para transformarse en Mr. Hyde como para volver a ser el Dr. Jekyll tenía que tomar la misma poción. Pero con el paso del tiempo y luego de un periodo prolongado de ingerir el brebaje, las transformaciones son involuntarias, el cambio se produce sin control y en cualquier momento. Dr. Jekyll desesperado al constatar que el lado oscuro de sí mismo posee una fortaleza sobrehumana, admite que Mr. Hyde se esta apoderando del cuerpo que comparten y para acabar con esa monstruosa figura recurrirá al suicidio.
“Fue, pues, la exageración de mis aspiraciones y no la magnitud de mis faltas lo que me hizo como era y separó en mi interior, más de lo que es común en la mayoría, las dos provincias del bien y del mal que componen la doble naturaleza del hombre”

“Pero a pesar de mi profunda dualidad, no era en sentido alguno hipócrita, pues mis dos caras eran igualmente sinceras”
“Fue en el terreno de lo moral y en mi propia persona donde aprendí a reconocer la verdadera y primitiva dualidad del hombre. Vi que las dos naturalezas que contenía mi conciencia podía decirse que eran a la vez mías porque yo era radicalmente las dos.”

Para lo horrible y hermoso del mundo existe consuelo. El mío proviene de la estética contenida en las fotografías del mundo retratado, una especie de atenuante para detener los pensamientos racionales sobre la pobre búsqueda de una coherencia en nuestros actos y en los de los demás. El ser humano es el mejor y el peor enemigo del ser humano, somos el fiel retrato de esas historias de fantasía en las que el villano y el héroe son la misma persona.

Ya no es posible la nostalgia, porque no me he ido a ningún lado. Sigo aquí habitando el mundo; soñando que la pornografía se termina y da paso al erotismo; deseando que los libros de Cuautémoc Sanches desaparezcan de la faz de la tierra, al igual que todas las –Sopas de pollo calientes para el alma-; indignandome cada vez que los noticieros llaman terroristas a la gente que esta cabreada con los “antisistemas” que gobiernan el mundo; ilusionada al pensar que algun día descubriremos como teletransportarnos, sin desintegrarnos en el intento.

Sentada frente a la pantalla de este portátil intento darle más sentido a la vida, esperando que un día algo me sorprenda tanto que nunca más pueda ser “normal”. Esperando que la magia salga de la prisión de tapa y contratapa en la que esta confinada.

Por el momento me prometo que el próximo libro que caiga en mis manos no será de Kafka, porque peligra mi salud mental.