Los recorridos por el DF son largos, infinitos. Siempre los comparo con la sensación que produce esa gente que no sabe/puede callar. Siempre tiene algo que decir, que mostrar.
México DF. es la ciudad perfecta para sentirse urbanita.
Experto en cemento y polución. Listo para recorrer kilómetros de historia, modernidad, miseria y tragedia. Caminatas en busca de avenidas con árboles y parques llenos de paseantes, perros y enamorados.
Urge abandonar Insurgentes pero no hacía Reforma que es más insoportable aún.
Avenidas saturadas de mal encarados conductores que descargan su frustración pegándoles sopapos a los pitos de los carros. Luego asoman engominados viandantes, “mijitas” en tacones con plataformas imposibles! en busca de un café de 140 pesos; y, la marea de turistas que recorren la avenida, todos buscando el Ángel dorado de la Independencia y la Diana Cazadora.
Hay días en los que obligada a salir, no sé dónde ir. En el metrobus escojo la dirección menos saturada, me bajo en Reforma porque sí. Extraña decisión, allí nunca hay nada que fotografiar. Camino largo y llego al Bosque de Chapultepec, dudo unos instantes en entrar o no. Intento planificar las consecuencias de mis decisiones, me pregunto ¿qué buscas? -gente-, creo pensar… Ingreso. Dos leones flanquean la entrada en la que me encuentro.
El Bosque de Chapultepec es el típico lugar donde empiezas a sentirte cómoda con la masificación. La gente despreocupada pasea por entre los miles de puestitos con recuerdos mexicanos, botanitas, palomitas, algodones de azucar y bebidas frías. Aquí parece que el espacio sobra y ha desaparecido la ansiedad por ir más rápido, por decir lo que «debes decir», por ver lo que “viniste a ver”.

En las bancas se acomodan los que han logrado la inmovilidad en medio de la exacerbante agitación de la ciudad. El Bosque desacelera. Recorrer la piedra es divagar por un laberinto de ideas prestadas por la vida; en parte imaginada, en parte desconocida de aquellos seres que encontramos a diario. Logras mirar una cara, dos caras, cien caras hasta el punto de entender la necesidad que alguna gente hemos desarrollado por clasificar.

Hago un ademán local para sentirme más cómoda. Compro un esquite –con poca mayonesa, queso, limón y sin chile, por favor-. Me dejo llevar por la gente, voy donde hay más, eso significa mayores posibilidades de fotografiar sin que algún particular se sienta aludido.

Y así, en esta ciudad descubro por enésima vez la idoneidad de los árboles para presumir de compañía…

Otra chevere bici para no contribuir al mierdero de coches,

Un paseo para matar el tiempo.

Chapultepec es el lugar donde puedes sentarte el día entero. Si la necesidad de no pensar te invade, dejas caer tu humanidad en una banquita (la típica de parque) y puedes tirarte horas mirando a la gente pasar. El mero pueblo, podría decirse. Familias consumiendo el verde que el cemento no ha invadido, comprando botanitas de grasas y de colores variados, enchiladas o acidas, dulces y saladas. Así se aprovecha el paseo, llevando a los chamacos que se han «portado bien» para que se tomen una foto con los hombres araña, los tatuajes de mentira, la pinturita de cara y los caballitos.
La tarde ha sido divertida… voy a buscar el metro Auditorio. Como sí aquí no hubiese obtenido suficiente.