Fotografiar el suelo como si fotografiáramos una ventana.
Un acto deliberado.
Búsqueda de una realidad deformada.
Sombras húmedas. Laberinto azul.
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Charcos de luz, proyecciones con ínfulas de eternidad que se evaporan con el sol. Un mundo de impresiones evanescentes; un mundo sin materia ni espíritu, ni objetivo ni subjetivo; un mundo sin la arquitectura ideal del espacio; un mundo hecho de tiempo, del absoluto tiempo que refleja y deforma; un laberinto infatigable, acaso un sueño en azul de camino hacia otra dimensión.
Imagen que desintegra la noción de realidad… no recuerdo, no deseo.
Una vida parcial, como parcial es su dimensión. Realidad rota, percepción incompleta de las dudas, del amor, de lo inmaterial.
Reflejo del mundo en-cementado que desvela la parte más mundana de la “rigurosidad filosófica” del aquí y ahora que habitamos. Una definición sin sensación, sin conceptos; imposible comprender. Porciones de mundo desigual, delimitados con agua… como un premonitorio: todo lo que vemos es falso, más no monótono.
Dediqué pocos segundos a aprehender el orden y la configuración de las manchas. Aprovechando cada rayo de luz para fijar a través de imagen las formas irregulares que cubrían el asfalto, las ventanas. Algunas proyectaban luminosidad, otras parecían tragar luz para no caer en la obscuridad.
Pero el reflejo también puede ser reacción, en algunos casos involuntaria, ante la presencia de un estímulo. Estímulo-respuesta de lo negativo en tu conciencia, por ejemplo. Un “revelador de pensamientos” en negro y cobre.
No puedes vivir allí porque ese universo imita con limitaciones -las propias y las ajenas-, mejor no entrar jamás.
¿Cómo era?… ¡Ah!… Un mundo de impresiones tenues; un mundo sin dinero, ni objetivo ni subjetivo; un mundo sin la arquitectura ideal del espacio; un mundo absurdo, disperso pero con coherencia. Tan coherente como la locura más extrema lo permita, pero nunca más allá.
El tiempo detenido en un atasco de sueños por elegir.